jueves, octubre 20, 2005

Canapé

Argentina, Entre Ríos, Puerto Yeruá. Ningún lugar. Pueblo con pe minúscula. Los habitantes se cuentan con los dedos de la mano (quizás de las de un "Mano" eternáutico). Campo. Nadie en hectáreas a la redonda. Once hectáreas de soledad certificada, y calculo que bastante más. Mediodía. Calor del agradable. Casa campestre de ella. Galería mosquiterosa. Silencio. Silencio brutal. Mugido lejano. Horizonte chato. Verde. Horizonte molinoso. Molinoso de Molina Campos, y también de los clásicos molinos de agua. Lo único fuera de lugar es la antena de celulares que dejó chica la otrora imponente campana de la iglesia. La antena es casi un pin, una tachuela que marca un punto en el mapa: "No olvidar. Aquí hay un pueblucho". Está fuera de lugar. Por contraste aumenta la sensación de lejanía.

Arroz con atún y tomate y palta. Mucha palta. Cosechada del zozobrante árbol de la estancia ruinosa de su familia. Mayonesa y ese juguito mezcloso de combinación celestial tomatunosa. Cargamos los panes con generoso pastiche y los comemos con la gula y el gozo iluminados en los rostros. Disfrutamos de nuestros sesos smartass en stand-by. Gozamos de lo más carnal.

Ella intenta un bocado excesivo. Usa una costra -según ella "corteza"- del pan al estilo pala mecánica y practica un cono de alimento que sería la envidia del mejor cucuruchero de una heladería. Equilibrio inestable... suspenso... boca abierta en su máxima extensión. Colisión, desborde, precipitación, rebote, otro rebote, esplát!! Remera, pantalón, piso.

--Por algo el Conde de Sándwich pasó a la posteridad una vez que su invención incorporó la tapa superior-- digo gozando mi oportunismo, mi sagacidad, mi rapidez y mi estilo.

--Bueno--, respondió en un picosegundo, --el Conde de Canapé también fue muy famoso.

Lapidante.