sábado, septiembre 02, 2006

Las verdaderas aventuras de Emmet Brown

Primer sábado. Panamericana. Parada de colectivo 203. Sol. Una de la tarde.

Emmet espera el colectivo. Su naturaleza asocial lo mueve a mantenerse alejado de la muchedumbre (o la poquedumbre, en realidad).
Se apersona un extraño.
-—¿Tenés diez pesos para prestarme?
—No tengo, disculpe.
—Estoy laburando– dice el extraño y se abre el saco mostrando un arma de fuego.
—Lo lamento, pero no tengo– responde Emmet inmutable.
El extraño detiene el primer colectivo que pasa y se sube.
Emmet piensa: ya estoy viejo y cansado. No sería tan mala una muerte por resistirme a un robo.


Segundo sábado. Panamericana. Parada de colectivo 203. Sol. Una de la tarde.

Emmet espera el colectivo. Quizás un poco más cerca de la poquedumbre.
Se apersona el mismo extraño, matando de un tiro su calidad de tal, y la tranquilidad de Emmet.
—¿Tenés diez pesos para prestarme?
—No, no tengo.
—Estoy laburando– Repite el gesto del sábado anterior.
—Soy docente.
El asaltante se fuga con la misma estrategia, y Emmet observa (o supone, o inventa) que el tipo no paga el pasaje al subir.


Tercer sábado. Panamericana. Parada de colectivo 203. Sol. Una de la tarde.

Emmet espera el colectivo. En uno de sus típicos delirios, se pone el destornillador en cruz en el cinturón, y lo agarra por el mango ostensiblemente.
Increíblemente, se acerca una vez más el asaltante desmemoriado:
—¿Tenés diez pesos para prestarme?
—¡Prefiero morirme!
El ladrón sólo logra robarle a Emmet la tranquilidad. En compensación le deja una intriga que Emmet mastica durante toda la semana.


Cuarto sábado. Panamericana. Parada de colectivo 203. Sol. Una de la tarde.

Emmet espera el colectivo fuera de sí.
Llega el colectivo y se sube.
Se sienta con tranquilidad y disfruta sus pensamientos.
De repernte un señor se sienta a su lado.
—¿Tenés diez pesos para prestarme?– se acomoda el saco y muestra el arma.
Emmet toma su maletín, sin perder la parcimonia. Lo pone en su falda y se dispone a abrirlo.
El ladrón insistente observa la operación degustando el triunfo de la gota que horada la piedra.
Emmet no saca la billetera, sino el destornillador en cruz y se lo pone en la garganta al insurrecto:
—¡TE VOY A MATAR HIJO DE PUTA!– vocifera con ojos desorbitados.
El ladrón se pone de pie y va hacia el fondo.
—¡Chofer! ¡Hay un hombre armado. Detenga el colectivo y déjelo bajar!
Así se hace.
—Está loooco-– se oye decir a la gente por lo bajo.
Se sienta un gordo desgarbado en el asiento que dejara el amigo de lo ajeno, y le da charla a Emmet.
—Qué terrible... ya no se puede estar con estos chorros de mierda.
Emmet piensa: éste está entongado.


En una entrevista posterior, Emmet declara “no le dije ‘vamos todos a la comisaría’ porque el chofer seguro que estaba de acuerdo con el chorro, y en ese caso me lo ponía en contra porque no le daba ninguna salida diplomática”. Un grande.

1 comentario:

b. dijo...

Tu viejo es un maestro. Y sin dudamente, está totalmente loco.