Flora (así se llama) le pone muy buena onda. No se queda en el mínimo esfuerzo, sino que ordena además de limpiar.
La cuarta vez que vino, se pasó de la raya. No puedo culparla.
Yo había hecho una salsa de ajo, receta milenaria de mi familia paterna, a la que "saben" llamar Ajillo:
- Agua, aceite y vinagre en cantidades iguales
- Todo el ajo que te animes a ponerle
- Pan (y darle a la licuadora) hasta que quede de la consistencia deseada
Resulta que estaba un poquito fuerte de más, y yo lo venía comiendo muy de a poco. Su hedor monopolizó los interiores de la heladera. Pude comprobar empíricamente aquella propiedad de expansión de los gases que me enseñaron en el CBC. Luego de abrir la heladera, durante un rato el depto olería a coloectivo lleno, vespertino, del conurbano.
Ayer llegué y el ajillo había desaparecido.
Preguntéle si ella había depuesto el mismo, y me dijo que sí, porque "la comida estaba mala. Olía muy mal". Al recordarlo, puso cara de asco. Casi de dolor de narinas.
Le comenté que era una salsa de ajo y que no era grave su decisión, pero le pedí que tuviera en cuenta que quizás yo haga alguna comida "rara".
Ahora pienso que se quedó con una imagen muy perversa de mí. Creo que me tiene como un Hannibal Lecter que guarda cachos de cadáver en la heladera.
Igual, vampiro está descartado.
2 comentarios:
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La risa debió ser AJOJOJOJO!
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