lunes, marzo 29, 2004

Olorín

El Sr. G a mi lado parece no haber notado el hedor chancletil que me acompañó hoy a la oficina, más fiel que un perro vagabundo o una maldición (pago derecho de autor a los Metallicats, porque adoran que les paguen derechos de autor). Su ceño tiene una sutil arruguita que no sé si proviene de una molestia cuya fuente no ha sido todavía detectada por el consciente, o del brillo exterior, que G está comenzando a esquivar, por más que tal noticia lo llame a sezudas elucubraciones sobre su destino y su presente. Así como amamos la luz brillante cuando nos duchamos con ella sin esquédiuls molestos, así le rehuímos cuando nos endigitalizamos en la cueva.

Espero que no sea Olofín el causante de la arruguita, única marca que muestra que G no está todavía por completo haciendo la plancha sobre las ondas musicales que me bañan por la izquierda.

Gracias a Wizum, que me ha dado a mí varios grados de libertad últimamente. Hoy mis pieses saborean uno de tales.

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