miércoles, abril 28, 2004

Labor terapia

–¡Labor terapia!– gritaba mi viejo y enseguida me asignaba una tarea hercúlea proporcional a la contravención de la que yo era autor.

“El que mudare las piedras, trabajo hallará en ello (léase haliará en elio)” es una frase que le encanta.

Yo, inocente palomita, mucho más que imberbe, creía que nunca había llegado la pena tras la amenaza. Creía que por haber cumplido con denuedo la colosal tarea asignada, había logrado compensar mi falta sin tener que llegar a aquellas prometidas últimas consecuencias: el encuentro cara a cara con La Borterapia. Una especie de monstruosidad inenarrable cuya finalidad sería ajusticiar a los niños revoltosos cuando sus travesuras superaran la paciencia de sus padres. Una monstruosidad de género femenino, cualidad que la hacía aun más temible, pues las monstruosidades masculinas pueden serlo por su fiereza, su fealdad, su musculatura o cualquiera de las características que hacen a los hombres tan despreciables. Pero una monstruosidad femenina seguramente tendría un carácter misterioso, una maldad esquiva, un poder oculto, una habilidad mortífera que no se daría a conocer hasta el momento de ser aplicada sobre la carne de la víctima fatal.

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