lunes, abril 19, 2004

Unidimensional

Conozco a una persona que vive en un mundo unidimensional.

Es un ser humano. Real. De carne y hueso. Tridimensional. Pechito Argentino.
Sin embargo vive una vida unidimensional.

Es natural que yo sienta que él se está perdiendo algo. Tengo la misma sensación de lástima y superioridad que siento cuando al pac-man lo encierran dos fantasmitas por sendas salidas de su pasillo plano. Siento ganas de hacerlo saltar, para dejar los ojos de los fantasmitas más redondos y perplejos de lo que ya son. También siento lástima porque en el juego del pac-man me queda una vida menos, pero ese no es el tema al que quiero abocarme.

No escribiría este texto si no tuviera una sensación antagónica entremezclada con la primera. La vida de esta persona unidimensional parece muy fácil desde afuera. Frente a una encrucijada (admitamos la existencia de las mismas en un universo rectilíneo, por lo que explicaré más adelante), él simplemente tiene que decidir entre dos direcciones. No infinitas como se me presentan a mí. Y he aquí que, a pesar de que bajo la prudencia y la razón jamás elegiría yo vivir unidimensionalmente cualquiera sea la ventaja que ello ofrezca, de algún modo le envidio tal facilidad de decisión.

Él decide rápido. Y no es todo virtud del universo que habita. Porque -digámoslo de una vez- él no es ciego a la tridimensión (imagino las carcajadas enedimensionales de los organismos de espacios de mayor orden que me vean evaluando estas congojas inimaginables para ellos, del mismo modo en que yo me mofo de las conojas del pac-man). Decía que él no es ciego a la tridimensión, Ya avisé que esto no es un ensayo fantástico ni cienciaficciónico (vaya aires), sino una observación de la realidad más telúrica. Él tiene una increíble capacidad, toda virtud suya, de calcular una transformación lineal de erre tres en erre, que toma cualquier punto en el espacio tridimensional y lo reduce a la recta a la que él, por propia decisión, se ha recluido (condenado sonaba demasiado parcial, y paradojal con lo voluntario de su opción).

Dos caminos cualesquiera son comparables por él. ¿Debo pedir la sopa espesa con pollo y huevo, o debo dejar mi carrera y dedicarme al arte? Yo no puedo comparar así. Las direcciones son distintas. Él no tiene problema. Todo tiene un número. Todo tiene un valor. Y en la recta dos valores son siempre comparables, si uno sabe para dónde está corriendo. En su caso particular, el valor lo pone en moneda de curso legal. Eso hace que lo desprecie un poquito más. ¡Ojo! Tengo muchos sentimientos positivos hacia él, y podría promediar los sentimientos buenos y malos que él despierta en mí para verificar si en definitiva guardo una opinión positiva o negativa... si yo viviera en un universo unidimensional.

Estas transformaciones lineales que mencioné producen que él exponga curiosas opiniones. Él afirma que dos veces un tipo de placer es lo mismo que dos placeres de distinto tipo. De nuevo, no hay direcciones. De nuevo, elige que no haya direcciones. Sólo sentidos (y surge la paradoja si se evalúan las diversas acepciones de tal palabra).

Yo no tengo su capacidad para reducir al número toda la realidad circundante, pero la tabla que sigue es una grosera aproximación de sus valores:

Su mujer: 10500
Una buena comida casera: 980
Una buena comida (ahora con eme): 300
Buena música: 801.25
Buena película: 1100
Buen libro: 2.50 (he aquí donde todo cierra)
Buen negocio: 8400
Muy buen negocio: 50000
Una viveza criolla de su parte: 2000
Chiste smartass: 703
Una buena comida (afuera): 1300 (lo esporádico la hace cotizar más que la casera)


Echada la ponzoña, sigo mi camino. ¿Para dónde iba caminando antes de empezar? ¿Para allá o para acá? Para acá. Adiós.

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