jueves, abril 15, 2004

Rumbo nebulosa

Antes que nada, un consejo infalible que me deja como benefactor de la humanidad: "no lean esto hasta el final. Es malo. Inviertan su el tic no alcanza tac en algo mejor". Listo.
Después no digan que no les avisé. La casa no acepta devoluciones. A llorar a la Iglesia, a cantarle a Gardel y say álpist.


Llego a casa a las milquinientas y tengo esta compulsión de escribir. Comienzo sin tener idea del tema y mi máxima meta es descubrirlo al terminar.

De algún modo me descansa. Más incluso que leer o dormir. Es un descanso distinto. Es un descanso de tildar una tarea en la tudulist.

Las palabras no tienen destinatario, aunque me fantaseo pensando en cazadores-recolectores que las descubran en sus incursiones por la selva en la que habitan. Quizás llamen su atención.
Quizás ellos se pongan en contra del viento para mirarlas y olerlas sin ser advertidos. Quizás salgan al claro y traten de atraparlas, de alimentarse de ellas, y en la maniobra las dirijan en manada huidiza hacia destinos azarosos, culpa del pánico y el desorden.

Al día sigiente, tras el sueño reparador insustituible, al que arribo mucho más fácilmente cuanto más cazorecolecto a mi vez, pero en forestas papíricas que sí valen la pena, al día siguiente, decía, entro en mi engranajito más libre, más hueco, más sumidero para la ósmosis diaria. Habiéndome rascado la cabeza del lado de adentro, comienzo a girar mi estúpido engranajito con más visión lateral. Con paisaje más interesante. Más colorido. Las palabras que escupí, ya desoxigenadas y llenas de impurezas, dejaron un espacio para respirarme una buena de palabras nuevas, impolutas y energizantes.

Las toxinas que destilé y expelí pueden manchar a otros. Esto no resulta ser un accidente. Es su función. Algunos harán una mueca, se mirarán la salpicadura y se alejarán para evitar futuros enchastres desagradables. Otros, quizás, se acercarán para mancharse con estos colores, ya sea porque les agradan y abundan en ellos, o porque no los tienen y los quieren conocer. Ahora, si doy un paso al costado, o miro la escena con otra cámara, o hago un cambio de variables: equis igual a te de y, dejo de ser yo y paso a ser el de al lado. Y la maldita simetría me hace totalmente secundario, periférico, me muestra cuatromilmiyón ombligos, y ni tan siquiera todos iguales. Todos distintos e interesantes, enrulados a diestra y siniestra, si fuera correcto usar tales direcciones localistas para definir el sentido de una espiral. Entonces no me queda más que aceptar un epursimúv.

Zoom out de cuarentamiyón órdenes de magnitud. El protagonista queda hecho un puntito, y resulta que estaba en ese polvucho estelar pedorro de allá en el rincón. Empieza a caminar para el centro, pero desde acá arriba no se ve.

Ahora me toca escribir a la carta. Eso me gusta menos, porque tengo que caminar hacia el centro como el puntito. Por otro lado, al terminar la caminata, me siento mejor, porque me acerqué a algun sitio con nombre y apellido.

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