jueves, noviembre 25, 2004

Si un árbol se cae... segunda parte.

Pasó la mitad de cancha como un bólido. Tiró un pase mientras picaba violentamente. El pase tornó en pared y la tuvo de nuevo a sus pies. Esquivó a dos defensores. Él era un defensor. No debía estar ahí arriba. Pero el desarrollo de la jugada lo había elegido a él. El destino decidió que el disparo saliera de su botín derecho. Tipo raro el destino. Muy vueltero. Siempre una gambeta de más.

Disparó. El arquero estaba bien parado, y se atornilló a tal condición. Sus pies no se despegaron del suelo. Tan seguro estaba del pifie de ese defensor que nada tenía que hacer tirando al arco. La comba fue digna de un Maradó Maradó. Se clavó en el ángulo y rodó por la red del techo y el lateral del arco, del lado de adentro como si quisiera escapar de esa jaula y de esa incongruencia.

Él vio la escena en cámara lenta. Esa cámara lenta en primer plano que desearían tener todos los canales de deportes. Nunca había hecho un gol en ese club. No era su función. Era muy bueno, pero los goles los hacían los otros. Corrió hacia la tribuna detrás del arco. Se apenó de no tener un festejo particular para ponerle la firma al gol. A su gol. Se apenó de no tener una foto en la camiseta.

Sin pensar en la amarilla, se sacó la remera y la besó. Tardó en reconocerse en la pantalla gigante. El que festejaba allá arriba sí tenía una foto en la camiseta. Pero el de la pantalla era él. De eso no había dudas. En la pantalla, debajo de la foto de la camiseta, pudo leer con dificultad: “Viejo, para vos”.

Ese día fue uno de esos días en que se mezclan las emociones más opuestas. Recibió el llamado cuando estaba en el vestuario.

—¿Cómo lo sabías, si murió a las seis y media, a mitad del segundo tiempo?

Siempre una gambeta de más.
El que festejaba arriba tenía puesta la camiseta.

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